lunes, 1 de diciembre de 2014

MARGINALIA (III)

Sobre la techumbre de par y nudillo de la Iglesia de San Nicolás de Sinovas (Burgos).
Del alicer (II).


El alfarje del claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos fue reconstruido a principio del siglo XV tras el incendio sufrido en el cenobio en 1384. Se acostumbra a considerar este alfarje como precedente y escuela en la región, y su pintura fue la principal fuente de irradiación artística en el contorno y en particular, según algunas opiniones, en Sinovas. Todas las figuras que le adornan aparecen, sobre fondo rojo o azul, en el interior de arquillos mixtilíneos bordeados por un saetino de eslabones blancos con un punto central rojo. Abundan las representaciones de arpías -o harpías-, de largo y fino cuello que terminan en una diminuta cabeza femenina con patas de aves de presa; bocas y mejillas lucen un intenso color rojo.
En el alicer inferior de la armadura de Sinovas -que estilísticamente también conserva grandes similitudes con el artesonado del coro de San Millán de Los Balbases-, cada arquillo se decora con un saetino de eslabones blancos con un punto central rojo y con los personajes en general aislados, aunque también se agrupan a veces en parejas dentro de un mismo arquillo, destacando sobre un fondo rojo o azul; las figuras representan seres humanos y animales reales o fantásticos entre los que así mismo aparecen las correspondientes "arpías".
Juan Carlos Rojo sugiere que aunque desconocemos a sus autores deben buscarse en los monasterios de la época en los que se perseguía la perfección en el dibujo y el control de la técnica en los colores. En ellos se conocía la temática religiosa, mitológica y de leyendas populares y se intentaban sacar conclusiones morales a la misma. Dada la galería de monjes que aparecen en las distintas tablas de esta techumbre "sería tentador insinuar que fue a ellos a los que se debió dicha obra". No obstante no todos los frailes representados en la techumbre salen siempre bien parados. Así en uno de los arquillos figura un monje corista, con tonsura, con unos cuernos que parten de sus orejas; viste un hábito negro y con su mano izquierda presenta un tercer cuerno. En una cartela que sujeta aparecen las letras "IMOGBLLLL", que para Mª Luisa Concejo "deben corresponder a una canción, pues se trata de un monje corista".
Al haberse perdido los "libros de fábrica" -cuadernos donde se anotaban los gastos originados por obras en la iglesia-, desconocemos las personas que intervinieron en esta techumbre. Para Juan Carlos Rojo la única solución es acercarse al conocimiento del templo mediante un método deductivo. Para otros estudiosos de la iglesia de Sinovas dos de los personajes representados en la armadura debieron de estar relacionados con su construcción. Uno de ellos es una dama que aparece de rodillas con una filacteria entre sus manos donde en letras góticas se lee "DONA TERESA". Viste una saya roja de escote redondo y se adorna su cabeza con un tocado que termina en forma puntiaguda y bajo el cual asoma una toca marrón.
Esta dama debe formar pareja con un personaje que figura también arrodillado sobre una esterilla similar. Viste un largo brial y se cubre la cabeza con un turbante; entre sus manos sostiene una filacteria donde se indica su nombre "PERO AS MARO" y que según Mª Luisa Concejo se  identifica con Pedro González el Mayor. A este señor, probablemente a uno de sus hijos, alude Silverio Velasco al recordar como muchas de las desavenencias y discordias entre los Concejos medievales se confiaban a la negociación entre personas honradas y peritas; escribía así: "lo ocurrido fué que los montaneros de Aranda por algún daño que hubiesen causado o creído causar los de Gumiel en el monte de los Fustales  de Quemada, prendaron en él una acémila y un rocín de albarda; diéronse con esto por agraviados los de Gumiel, y en represalias el Concejo y los omes buenos  de aquella villa entraron en Sinovas con omes de armas e mano de ballesteros e de lanceros, e llevaron dos acémilas de albarda de Pero González, juglar, e más de setenta carneros de término de Aranda, que eran de Juan Bravo", y añade que la cosa no llegó a mayores al haberse conseguido rápidamente una concordia entre los vecinos de Aranda y Gumiel de Izan. Para Juan José Calzada la forma de aparecer los mecenas en las obras que financiaban era por medio del retrato, por lo que supone también que doña Teresa y don Pero pudieron ser los patrocinadores de la techumbre.
En el repertorio decorativo de la techumbre de Sinovas -y en contra de lo que solía ser habitual-, predominan las representaciones con temática religiosa y en especial la presencia de personajes del "Ordo professionis Religiosae". Si bien la mayor parte de ellos aparecen en las tabicas de los faldones, de los sesenta y un motivo que han llegado hasta nosotros en los aliceres -tres están perdidos totalmente y algunos en forma parcial-, casi la tercera parte corresponden a temática religiosa. Veamos algunos.
En el arquillo situado a continuación de aquel en el que se representa a Eva y Adán en el Paraíso un ángel parece contemplar la escena. Viste un largo hábito rojo y con su mano sujeta una balanza en la que sobre los platillos o cestos se hallan dos individuos. El ángel es San Miguel, y la escena es la del pesado de las almas o "psicostasis" que escenifica el procedimiento por el que se determina la salvación o condenación eterna; en el cristianismo tendrá lugar al fin de los tiempos, en el "Juicio Final". En la iconografía occidental suele intervenir también el diablo sirviéndose de artimañas para tratar de inclinar a su favor la balanza y arrastrar el alma al infierno. Al parecer es un tema de procedencia faraónica y probablemente tiene su origen en el "Libro de los Muertos", en el que se relata el juicio de Osiris ante el que conducido por Anubis llegaba el espíritu del difunto. Para depositarlo en el platillo de la balanza se le extraía el corazón, como expresión de su conciencia, y era comparado con la pluma de "Maat", símbolo de la justicia universal; los dioses que formaban el tribunal le planteaban cuestiones sobre su vida pasada, y ante sus respuestas la balanza caía de un lado u otro, y Osiris dictaba sentencia.
En dos arquillos consecutivos se representa la escena de la Anunciación. El ángel arrodillado figura en uno,con largo hábito blanco y bonete rojo. En su mano derecha lleva la filacteria donde está escrito AVE : MARÍA: DGRAT ("Ave María de Gratia"). La Virgen se halla a continuación; actualmente en muy mal estado, presenta sobre su cabeza un nimbo dorado,  viste un brial rojo con forro de piel blanca, y aparece sentada en ademán de escuchar al ángel.
También los personajes de otros tres arquillos consecutivos conforman una escena. En uno con fondo azul se encuentra un ángel de rodillas orientado hacia la derecha; viste hábito blanco y con sus manos balancea un incensario.
Santa Catalina, como princesa real, protagoniza el arquillo siguiente. Viste túnica granate adornada con florecillas sobre una saya grisácea. Con su mano derecha sujeta la rueda de su martirio y con la izquierda clava una espada en la boca de un rey -Majencio tradicionalmente, Maximino según Santiago de la Vorágine-, caído a sus pies y que con su mano intenta evitarlo. Sus atributos iconográficos responden a la leyenda relativa a su vida. El Emperador acudió a Alejandría para presidir una fiesta pagana y ordenó a todos los súbditos hacer sacrificio a los dioses pero Catalina se negó a ello e invitó al Emperador a un debate. Tras una controversia con los sabios elegidos por el rey estos terminaron convertidos al cristianismo ante lo que Majencio, o Maximino, les mandó ejecutar y ella fue encerrada en prisión. Visitada por la emperatriz y un oficial también este se convirtió junto con sus soldados; el emperador ordenó entonces que la torturaran utilizando una máquina con ruedas dotadas de afiladas cuchillas, pero las ruedas se rompieron y Catalina salió ilesa. Finalmente el emperador mandó decapitarla. La leyenda de la santa probablemente se inspiró en la de Hipatia, una filósofa de Alejandría.
En el arquillo siguiente a aquel en que figura representada Santa Catalina se sitúa un ángel que contempla su actuación. Viste hábito blanco y con una mano maneja el incensario -constan de una copa donde se quema el incienso con una tapa acanalada por donde sale el humo; suelen ser manipulados por los acólitos durante la liturgia para extender su aroma-, mientras con la otra mano señala en dirección a la santa. Habitualmente a estos ángeles se les conoce como turiferarios (del latín tus,turis=incienso, fero=llevar). El sentido de la incensación es o bien una muestra de reconocimiento o bien una forma de ahuyentar a los espíritus malignos.
Un personaje barbudo, tocado con un turbante marrón que muestra un libro abierto para Agustín Gómez representa a un profeta; con uno de sus dedos parece señalar la escena desarrollada en los arquillos siguientes y que pudiera estar leyendo en el libro que nos enseña. Figura situado junto a uno de los ángeles turiferarios  que rodean la imagen de santa Catalina en forma análoga a cómo otro personaje de características similares lo hace al lado del otro ángel con incensario; esta persona es más sencilla de identificar pues en su mano lleva una filacteria que la describe JANE: EL PROFETA ( es decir, Juan el Bautista), el último profeta. Las cinco figuras situadas en arquillos consecutivos parecen constituir por su simetría y aislamiento entre cubos una escena. Los dos ángeles turiferarios que inciensan a Catalina lo hacen probablemente como una oración o ruego a Dios con el mismo sentido que se hace en los entierros donde se busca que el difunto no caiga en manos de los demonios y descanse en paz. El simbolismo de los profetas parece más difícil de señalar; pueden aludir al reconocimiento de su santidad y a su victoria sobre los sabios de Alejandría.
Santa Catalina no es la única santa representada en el alicer; cerca de ella figura santa Bárbara - con corona y la torre que habitualmente la caracteriza-, santa Lucía - con corona, palma y la bandeja con sus ojos-, y dos santas demasiado genéricas de difícil identificación (una de ellas, que figura luchando contra el demonio en forma de dragón podría ser santa Margarita). Más fácil de reconocer son dos santos - ambas llevan nimbo-, que se han presentado dialogando en un arquillo. Él es un monje con tonsura que lleva hábito negro benedictino-, y señala con su mano derecha un libro que sujeta con la izquierda; ella viste un brial rojo sobre saya grisácea e indica también con una mano el libro mientras con la otra sostiene una palma. Son san Benito y su hermana santa Escolástica, fundadores de la orden de los benedictinos en el monasterio de Montecassino y de la rama femenina de las benedictinas respectivamente.
Al contrario de lo que se ha hecho en el caso de las santas -la presencia de sus atributos icónográficos nos permite conocer su nombre-, muchos de los santos personificados en la techumbre de Sinovas no aparecen individualizados; es el caso de un monje con tonsura representado en el alicer, de hábito negro, que sujeta un libro con su mano izquierda mientras bendice con la otra. Para Mª Luisa Concejo podría tratarse de un benedictino por el color de su hábito.
Dos personajes un tanto misterios para los que hoy en día contemplamos la techumbre de Sinovas -pero que en la época debían ser conocidos-, aparecen representados en el alicer por sus bustos. Uno de ellos viste brial rojo de amplias mangas y sombrero puntiagudo también rojo que para Agustín Gómez es "característico de los judíos". El otro es un hombre barbudo que mira hacia el arquillo anterior donde una figura aparece tan deteriorada que es imposible de identificar; viste así mismo brial rojo debajo del cual asoma la jaqueta.
En estas visiones globales del mundo no solían faltar algunas referencias al mundo de la fauna animalística. En el alicer de Sinovas esta fauna se corresponde bien con animales imaginarios bien con aves de no muy fácil identificación. En uno de los arquillos se sitúan dos aves afrontadas que acercan sus picos a un tallo con flores situado en el centro. Tienen una larga cola que les asemeja a pavos reales. Si bien podrían ser una sencilla representación del mundo real al pavo se le solía adjudicar bastantes simbolismos tanto positivos como negativos; así en el arte paleocristiano representaba la vida eterna porque se pensaba que su carne no se corrompía, o al ser asimilado con el "Ave Fenix" era el animal funerario por excelencia.
De no muy sencilla identificación es un ave -para Mª Luisa Concejo es una garza, para Calzada una grulla y para Gómez una cigüeña-, que se apoya sobre su larga pata izquierda mientras flexiona la derecha. Casi todas las zancudas, no obstante, tienen un similar significado simbólico pues acaban con los gusanos y con los reptiles venenosos emblemas de la corrupción; son además símbolo de la vigilancia pues se decía de estas zancudas que cuando tenían que cuidar de la bandada vigilaban con una piedra en la pata que mantienen levantada para que si se dormían al caer esta al suelo las despertase. En el alicer la grulla sostiene en el pico rojo una piedra o palo por lo que quizás podría ser aplicable el emblema de Juan de Borja que en sus "Empresas Morales" señala que la grulla en pleno vuelo sujeta una piedra en la boca para que el águila no descubra sus graznidos: "Los daños, que el hablar demasiado ha hecho en el Mundo, son tantos, ... de las Gruas escriben los Naturales, que ... porque no las sientan los Aguilas, passar graznando, toman unas piedras en la boca, y con esto van seguras en su viage: y assi se dà à entender, que del callar es la paga cierta; pues sabemos de muy pocos que se ayan arrepentido de haver callado, y muchos que lloraràn para siempre, lo mucho que han hablado".
En otro de los arquillos del alicer figura para Mª Luisa Concejo una garza blanca que camina hacia la derecha; para Agustín Gómez, por el contrario es una cigüeña. Según indica Reau la cigüeña era venerada por los egipcios porque consideraban alimenta a sus padres cuando son viejos, por lo que la veían como modelo de piedad filial.
Tan sólo dos dragones y dos centauros constituyen la fauna fantástica representada en el alicer. La anatomía de los dragones admitía amplias variantes, lo que no ocurre en Sinovas donde son alados, con garras en sus patas y largas colas. Si bien fue uno de los personajes secundarios indispensables de la hagiografía donde se acostumbraba a simbolizar el triunfo de los santos sobre la idolatría con la victoria sobre un dragón, según señala Reau, al final de la Edad Media ya no se le tomaba muy en serio "riéndose de él como del coco para niños".
Un centauro, ahora muy deteriorado, corre veloz hacia uno de los dos dragones anteriores si consideramos que ambos forman una escena. Su torso es el de un joven -viste jaqueta roja-, que empuña con su mano derecha una lanza con la que podría atacar al dragón; sus patas traseras presentan garras y para Mª Luisa Concejo su lomo y patas blancas corresponden a un cervatillo mientras para Juan José Calzada es un centauro perro. Entre los etruscos estas representaciones simbolizaban al siervo diligente y fiel.
En la armadura de Sinovas se han representado dos salvajes -uno en el alicer y el otro en un faldón-, iconográficamente bastante diferenciados. En el caso del alicer su cuerpo se cubre con un intenso vello oscuro -pies y manos carecen de pelo-, y camina hacia la derecha con una maza apoyada sobre su hombro. El "salvaje" fue una de las figuras más prodigadas durante los siglos XIV y XV; ejerció un gran poder de fascinación por su ingenuidad y pureza y se ha explicado su atractivo atendiendo a nuestros impulsos reprimidos. Se le considera bien como un ser inferior, bien, en palabras de Isabel Mateo, como el "prototipo de todo lo que representa lo contrario a las limitaciones del pensamiento y conducta de la sociedad medieval de ese momento".
Desgraciadamente algunas de las pinturas de la iglesia de san Nicolás se conservan en mal estado y las figuras se han perdido o están desapareciendo por lo que los personajes o las escenas se hacen difíciles de identificar. Es el caso, p.e., de la composición adjunta donde aparecen un joven caminando, un personaje diabólico cuyo rostro es una calavera para Mª Luisa Concejo y una mujer laica con ricas vestiduras, para Agustín Gómez, una dama de rodillas con un cáliz entre sus manos y un joven atacando a un dragón alado.
En un arquillo un camello de enorme joroba y color marrón sonríe mirando hacia el fiel que le observa. Parece claro que el artesano encargado de su pintura nuca vio un camello, pero la representación vista desde la época actual no deja de ser enternecedora.
En el siguiente arquillo un jinete corre velozmente hacia el camello. El jinete, jaqueta marrón y calzas blancas, sujeta una lanza con la mano derecha mientras con la izquierda sostiene las bridas: se dispone a cazar al camello del arquillo anterior.
BIBLIOGRAFIA.
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