De
la sillería de coro de la iglesia de San Miguel de Villalón de Campos
(Valladolid).
En la iglesia de san Vicente de Villalón
de Campos en uno de los apoyamanos de los estalos de coro situados en el ábside
aparece representado -ahora parcialmente mutilado-, un fraile que empina un
pellejo de vino para beber. Característico de algunas de las escenas que aparecen en las sillerías de coro tardogóticas fue la de mostrar figuras que
ponían en evidencia muchos de los vicios de los frailes de la época. La
embriaguez era considerada por muchos pensadores cristianos como un vicio
mortal pues de ella derivaban el resto de los pecados; así, el franciscano
Eiximenis citaba en numerosas ocasiones las palabras de San Pablo “Nolite inebriari vino in quo est lujuria”
[“No se emborrachen con vino, que lleva a la lujuria”, Efesios 5:18] y en su obra “Lo Chrestià” escribía por ejemplo “Com de embriaguesa hixen bregues e molts mals” (“Cómo de la
embriaguez se derivan disputas y muchos males”) o “Cuando alguien está borracho, si quiere decir “perro” va a pronunciar
“carne”, y en lugar de “olla” dirá “botella”, y en lugar de “ver” va a decir
“beber”, y otras miserias semejantes”.
Medio oculto por los fragmentos de otro
apoyamanos de la sillería, se deja ver la silueta de un hombre desnudo que viste
como única prenda la capucha; entre sus manos sostiene un libro. Para Isabel
Mateos del ambiente de desintegración moral que afectó a los miembros de la
Iglesia surgió en el siglo XV el refrán “Non
faze el ávito al monxe” o sus otras versiones equivalentes como las de “El hábito no hace fraile”. El empleo por
los predicadores populares en los sermones de “exempla” –pequeñas narraciones intercaladas en ellos con fines
moralizadores-, fue tan habitual en la época que solía decirse, como recuerda
Eduard Juncosa, “qui nescit barlettare,
nescit predicare” (“quien no sabe contar bromas, no sabe predicar”) y
constituyeron muchas veces parte de las fuentes de inspiración de los motivos
que decoraron los apoyamanos y las misericordias de las sillerías de coro
medievales.
Los estalos que actualmente figuran en el
ábside de la parroquial de Villalón de Campos, iglesia de san Vicente, pertenecieron
al menos a dos sillerías de coro diferentes [más algún añadido]: tardogótica
una y renacentista la otra. Varias representaciones de clérigos y frailes
borrachos o leyendo aparecen en sus apoyamanos; se desconoce la procedencia de
las sillerías y de sus autores tampoco puede contarse mucho salvo sus aspectos
estilísticos. Pascual Madoz escribió en su Diccionario: “… San Miguel, hermoso edificio de orden gótico, servida por un cura
párroco y un cabildo de beneficiados…”; quizás aquí resida la razón que
justifica la existencia de los sitiales de coro en una iglesia parroquial, en
la presencia de un cabildo.
Los estalos renacentistas [todos han
perdido sus respaldos] pudieron haber sido realizados por el taller de Juan de
Juni cuando trabajaron en el sepulcro del canónigo Diego González del Barco fallecido
en 1536. Carlos Duque indica que “en 1513
[la iglesia de san Miguel] es mencionada como colegiata en alguna
publicación,…[ y que en] 1595 se
señalaba … que había un rector y 12 beneficiados, que todos los días decían y
cantaban las horas canónicas ”.
La iglesia de san Miguel padeció tres
incendios en el siglo XX –en 1900, 1903 y 1926-, en especial en la zona de la
torre donde en su parte inferior se alza el coro y lugar donde hasta 1975
estuvieron ubicados los sitiales del coro; es probable que en uno de estos
incendios perdieran sus respaldos los estalos que aún les conservaban. En la “restauración” de la iglesia realizada entre
1975 y 1978, con más ilusión que conocimientos, las sillas fueron ubicadas en
el ábside donde actualmente se encuentran.
La mayoría de los apoyamanos de los
estalos renacentistas muestran a figuras híbridas de elementos animales que
terminan disolviéndose en formas vegetales. A diferencia de las
representaciones pertenecientes a los estalos góticos que se apoyan en consolas
troncocónicas estas otras figuras o bien se insertan directamente en los
paneles laterales de las sillas o aparecen soportadas por unas pequeñas
ménsulas cuasi-cilíndricas.
El apoyamanos renacentista más
característico corresponde a una efigie vegetalizada presentada como un
ser híbrido resultante de la fusión de un hombre con las alas de un ave y las
extremidades con elementos propios del reino vegetal. Es muy probable que su
representación tan sólo responda a necesidades plásticas sin ningún contenido
simbólico. Suele decirse que los artistas empleaban con frecuencia como fuente
de inspiración la “Metamorfosis” de
Ovidio.
Los estalos con decoraciones tardogóticas
probablemente pertenecieron al desaparecido convento de Santa María de Jesús de
la orden de San Francisco fundado por D. Rodrigo Pimentel conde de Benavente en
1469 y del que la fábrica de su templo tuvo principio en 1470. En Villalón de
Campos existieron también otros dos conventos por lo que según Ortega Rubio “cantaban algunos vagabundos, que, con los
pobres, acudían al reparto de la bazofia conventual, la siguiente copla:
“En San Francisco dan caldo/ y en Santo Domingo, pan;/ en la Victoria un
ochavo,/ ¿quién nos manda trabajar?”. La desaparición del convento debió de
producirse entre 1828 y 1841, y su demolición se ejecutó entre 1844 y 1851; se
sabe que muchas de sus obras fueron a parar a la iglesia de san Miguel
–cuadros, retablo, esculturas, e incluso la estatua yacente del I marqués de
Villafranca (actualmente en el Museo de san Gregorio de Valladolid)- por lo que
no sería de extrañar que también lo hicieran algunos sino todos los estalos de
la sillería del coro.
Varios apoyamanos están
seriamente mutilados por lo que su interpretación es bastante dudosa, como es
el caso de los dos que se muestran en la siguiente fotografía. Si bien uno de
ellos puede aludir a un clérigo o a un fraile borracho: “Ebrietas plura mala inducit” [“Quien
escoge ser embriago/ cae en todo pecado”, en “Libro de los Enxemplos”, cap. 127 (LVI)], el segundo representa a
una persona con una pierna desnuda y la otra enfundada en una bien guarnecida
bota cuyo significado es ahora muy difícil de descifrar.
Al menos tres apoyamanos presentan a
hombres con libros en las manos, algunos de los cuales parecen estar
enfrascados en su lectura. A propósito de ellos Isabel Mateo recuerda algunos
proverbios medievales como “Un buen livru
es mijor c’un gran amigu”, o “Il bien
más priziozu son luz livrus”, y los considera como fiel reflejo en el saber
popular del interés por la lectura en la época.
Sin cuestionar en demasía la anterior
interpretación, dado su origen, quizás convenga señalar p.e. que el personaje
más joven parece apoyar el libro que sujeta entre sus manos en un atril, o el
fragmento ahora perdido situado junto a la cabeza de la persona de más edad o
los tocados de ambos personajes. Otro de los apoyamanos con representación de
un hombre con libro nos le muestra con el dedo –desmesuradamente crecido-, señalando
a alguno de los renglones; quizás se está refiriendo a alguna enseñanza
en un texto sagrado.
Es muy probable que los estalos
tardogóticos ahora en la iglesia de San Miguel de Villalón de Campos sean tan
sólo una fracción del mobiliario de una sillería de mayor tamaño que la que ha
llegado hasta nosotros; parece indicarlo los motivos tallados en algunos
apoyamanos que nos hacen ininteligible el programa que debió estar
representado. Así, uno de ellos muestra a un personaje que por sus
características alude a algún profeta o patriarca; llama la atención
por lo audaz del modelado de sus formas.
El apoyamanos de talla más elemental
muestra a un monje sentado, quizás predicando, que contrasta por su simplicidad con la imagen anterior.
En el grupo de apoyamanos
“tardogóticos” existen dos cuya apariencia es un tanto inquietante y se aleja de la de los motivos anteriores. Uno de ellos presenta a un hombre
desnudo -¿quizás un fraile?-, cubierto tan sólo por lo que podría ser una
capucha que machaca en un mortero situado sobre la cabeza de un león; por las
formas de su musculatura probablemente su autor fue el mismo que talló el
apoyamanos en el que aparece un hombre también desnudo con un libro en las manos. Para Isabel Mateo podría aludir a
Hércules luchando con el león de Nemea o representar a un boticario que apoya
su mortero sobre un basamento en forma de cabeza de león; para el doctor
López-Ríos es claro que hace referencia a la Medicina. A este respecto quizás es
interesante recordar que en la Edad Media la medicina se estudió e incluso se
practicó en los conventos hasta que pasó de las manos de los frailes a
los médicos laicos. San Isidoro en el Libro 4 de sus “Etimologías” al hablar de los instrumentos básicos de los médicos
señala: “Mortero o pila de moler; sirve
para triturar semillas. Se deben citar aquí los pigmentos que, porque se hacen
en el mortero o pila, reciben este nombre (mortarium). La pila es un vaso
cóncavo muy necesario para los médicos, y en el cual se suelen preparar tisanas
y machacar los pigmentos”.
En uno de los apoyamanos de la sillería se representa a una vieja mujer sujetando una serpiente entre sus manos. La lujuria
acostumbraba a simbolizarse con la imagen de la mujer –la sociedad era bastante misógina-,
y algunos de los personajes literarios de la época la presentan como incitadora
de tal vicio. Las tallas que consideramos tardogóticas de la sillería
debieron ejecutarse en los años en que la obra de Fernando Rojas, “Comedia de Calisto y Melibea” -“La Celestina”, o “Tragicomedia de Calisto y Melibea”-, se difundía en cualquiera de sus
diferentes versiones (de 1499 a 1634 se publicaron en castellano 109 ediciones);
la obra, casi irrepresentable por su extensión, fue escrita para ser leída en
voz alta en círculos de lectores cultos. La “Celestina” es una tragicomedia” compuesta “en reprensión de los locos enamorados … y en aviso de los engaños de
las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes”; a pesar de la finalidad
moral de la obra su riqueza significativa supera ese planteamiento presentando
una fuerte carga crítica de una sociedad que se decía cristiana pero que no
actuaba como tal, una sociedad que había perdido los valores del antiguo
sistema feudal sin hallar en su sustitución ningún otro valor que no fuera el
del individualismo.
La “Celestina”
sería así el reflejo de una sociedad en descomposición afectada por una crisis
no sólo social sino también de orden moral, e incapaz de reemplazar los viejos
valores por unos mejores. No debe extrañar, por tanto, ciertas representaciones
moralizadoras que aparecen en las sillerías de coro siendo las de la lujuria
abundantes y variadas. “Yo, Celestina, tu
más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud é fuerça destas bermejas
letras; por la sangre de aquella nocturna aue con que están escriptas; … por la
áspera ponçoña de las bíuoras, …vengas sin tardança á obesdecer mi voluntad …”.
Por el estilo y temática de los
apoyamanos tardogóticos parece como si su autor hubiera conocido la sillería de
coro de Toledo o trabajado en el taller de Rodrigo Alemán; pero nada puede
asegurarse por la desaparición de los Libros de fábrica de los años que podían
aportarnos alguna orientación.
En el conjunto de estalos existentes en
el ábside de la iglesia de san Vicente figuran tres tipos de misericordias
diferentes. Si las clasificamos por las sillas en que actualmente figuran
[ninguna garantía de pertenencia con anterioridad] dos corresponderían a los
estalos tardogóticos y una a los renacentistas; pero si nos atenemos a sus
formas la clasificación podría ser muy distinta.
BIBLIOGRAFÍA.
-Carlos Duque Herrero, Villalón de
Campos. Historia y patrimonio artístico. Del siglo XIV al XVI”, Palencia 2006.
-Carlos Duque Herrero, “Villalón de
Campos. Historia y patrimonio artístico. Del siglo XVII hasta nuestros días”,
Valladolid 2005.
-Eduard Juncosa i Bonet, “”Vinum et
ebrietas auferunt cor”. La condena moral por embriaguez según Francesc
Eiximenis, en “Pecar en la Edad Media”, Madrid 2008.
-Fernando López-Ríos Fernández, “Arte y
medicina en las misericordias de los coros españoles”, Salamanca 1991.
-Isabel Mateo Gómez, “Temas profanos en
la escultura gótica española. Las sillerías de coro”, Madrid 1979.
-Juan Ortega Rubio, “Los pueblos de la
provincia de Valladolid”, t.II, Valladolid 1895.
- Clemente Sánchez, “Libro de los
exemplos por A.B.C.”, (ed. Mª del Mar Gutiérrez Martinez), Valencia 2009.
NOTAS.
-De los tableros que servían de respaldos
tan sólo quedan los anclajes de los pilares que los sujetaban. Sus trazas
pueden verse en la fotografía adjunta.
-Existe un apoyamanos que no he
considerado por creer ha sido realizado en fecha muy posterior a los de los
demás estalos.
-Según el “Diccionario de la lengua
española” en su 22ª edición se llama “bazofia” a la “comida poco
apetitosa”, y también a la “mezcla de …, sobras o desechos de comida”.
-Se denominaban conventos de la
“Victoria” ó “Victorios” a los de los de la “Orden de los Mínimos” fundada en
Italia en el siglo XV por San Francisco de Paula; la regla de la Orden impone
una abstinencia total y perpetua de todo tipo de carne.
-El grabado de la “Celestina” corresponde
a parte de la portada de la edición de la “Comedia
de Calisto y Melibea” de 1499 impresa en Burgos por Fadrique de Basilea. La
obra y sus grabados pueden verse por internet en La Biblioteca Virtual
Cervantes o en la Biblioteca Nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario