lunes, 7 de diciembre de 2015

SILLERÍAS DE CORO (XIII)

De la sillería de coro de la iglesia de San Miguel de Villalón de Campos (Valladolid).


En la iglesia de san Vicente de Villalón de Campos en uno de los apoyamanos de los estalos de coro situados en el ábside aparece representado -ahora parcialmente mutilado-, un fraile que empina un pellejo de vino para beber. Característico de algunas de las escenas que aparecen en las sillerías de coro tardogóticas fue la de mostrar figuras que ponían en evidencia muchos de los vicios de los frailes de la época. La embriaguez era considerada por muchos pensadores cristianos como un vicio mortal pues de ella derivaban el resto de los pecados; así, el franciscano Eiximenis citaba en numerosas ocasiones las palabras de San Pablo “Nolite inebriari vino in quo est lujuria” [“No se emborrachen con vino, que lleva a la lujuria”, Efesios 5:18] y en su obra “Lo Chrestià” escribía por ejemplo “Com de embriaguesa hixen bregues e molts mals” (“Cómo de la embriaguez se derivan disputas y muchos males”) o “Cuando alguien está borracho, si quiere decir “perro” va a pronunciar “carne”, y en lugar de “olla” dirá “botella”, y en lugar de “ver” va a decir “beber”, y otras miserias semejantes”.
Medio oculto por los fragmentos de otro apoyamanos de la sillería, se deja ver la silueta de un hombre desnudo que viste como única prenda la capucha; entre sus manos sostiene un libro. Para Isabel Mateos del ambiente de desintegración moral que afectó a los miembros de la Iglesia surgió en el siglo XV el refrán “Non faze el ávito al monxe” o sus otras versiones equivalentes como las de “El hábito no hace fraile”. El empleo por los predicadores populares en los sermones de “exempla” –pequeñas narraciones intercaladas en ellos con fines moralizadores-, fue tan habitual en la época que solía decirse, como recuerda Eduard Juncosa, “qui nescit barlettare, nescit predicare” (“quien no sabe contar bromas, no sabe predicar”) y constituyeron muchas veces parte de las fuentes de inspiración de los motivos que decoraron los apoyamanos y las misericordias de las sillerías de coro medievales.
Los estalos que actualmente figuran en el ábside de la parroquial de Villalón de Campos, iglesia de san Vicente, pertenecieron al menos a dos sillerías de coro diferentes [más algún añadido]: tardogótica una y renacentista la otra. Varias representaciones de clérigos y frailes borrachos o leyendo aparecen en sus apoyamanos; se desconoce la procedencia de las sillerías y de sus autores tampoco puede contarse mucho salvo sus aspectos estilísticos. Pascual Madoz escribió en su Diccionario: “… San Miguel, hermoso edificio de orden gótico, servida por un cura párroco y un cabildo de beneficiados…”; quizás aquí resida la razón que justifica la existencia de los sitiales de coro en una iglesia parroquial, en la presencia de un cabildo.
Los estalos renacentistas [todos han perdido sus respaldos] pudieron haber sido realizados por el taller de Juan de Juni cuando trabajaron en el sepulcro del canónigo Diego González del Barco fallecido en 1536. Carlos Duque indica que “en 1513 [la iglesia  de san Miguel] es mencionada como colegiata en alguna publicación,…[ y que en] 1595 se señalaba … que había un rector y 12 beneficiados, que todos los días decían y cantaban las horas canónicas ”.
La iglesia de san Miguel padeció tres incendios en el siglo XX –en 1900, 1903 y 1926-, en especial en la zona de la torre donde en su parte inferior se alza el coro y lugar donde hasta 1975 estuvieron ubicados los sitiales del coro; es probable que en uno de estos incendios perdieran sus respaldos los estalos que aún les conservaban. En la “restauración” de la iglesia realizada entre 1975 y 1978, con más ilusión que conocimientos, las sillas fueron ubicadas en el ábside donde actualmente se encuentran.
La mayoría de los apoyamanos de los estalos renacentistas muestran a figuras híbridas de elementos animales que terminan disolviéndose en formas vegetales. A diferencia de las representaciones pertenecientes a los estalos góticos que se apoyan en consolas troncocónicas estas otras figuras o bien se insertan directamente en los paneles laterales de las sillas o aparecen soportadas por unas pequeñas ménsulas cuasi-cilíndricas.
El apoyamanos renacentista más característico corresponde a una efigie vegetalizada presentada como un ser híbrido resultante de la fusión de un hombre con las alas de un ave y las extremidades con elementos propios del reino vegetal. Es muy probable que su representación tan sólo responda a necesidades plásticas sin ningún contenido simbólico. Suele decirse que los artistas empleaban con frecuencia como fuente de inspiración la “Metamorfosis” de Ovidio.
Los estalos con decoraciones tardogóticas probablemente pertenecieron al desaparecido convento de Santa María de Jesús de la orden de San Francisco fundado por D. Rodrigo Pimentel conde de Benavente en 1469 y del que la fábrica de su templo tuvo principio en 1470. En Villalón de Campos existieron también otros dos conventos por lo que según Ortega Rubio “cantaban algunos vagabundos, que, con los pobres, acudían al reparto de la bazofia conventual, la siguiente copla: “En San Francisco dan caldo/ y en Santo Domingo, pan;/ en la Victoria un ochavo,/ ¿quién nos manda trabajar?”. La desaparición del convento debió de producirse entre 1828 y 1841, y su demolición se ejecutó entre 1844 y 1851; se sabe que muchas de sus obras fueron a parar a la iglesia de san Miguel –cuadros, retablo, esculturas, e incluso la estatua yacente del I marqués de Villafranca (actualmente en el Museo de san Gregorio de Valladolid)- por lo que no sería de extrañar que también lo hicieran algunos sino todos los estalos de la sillería del coro.
Varios apoyamanos están seriamente mutilados por lo que su interpretación es bastante dudosa, como es el caso de los dos que se muestran en la siguiente fotografía. Si bien uno de ellos puede aludir a un clérigo o a un fraile borracho: “Ebrietas plura mala inducit” [“Quien escoge ser embriago/ cae en todo pecado”, en “Libro de los Enxemplos”, cap. 127 (LVI)], el segundo representa a una persona con una pierna desnuda y la otra enfundada en una bien guarnecida bota cuyo significado es ahora muy difícil de descifrar.
Al menos tres apoyamanos presentan a hombres con libros en las manos, algunos de los cuales parecen estar enfrascados en su lectura. A propósito de ellos Isabel Mateo recuerda algunos proverbios medievales como “Un buen livru es mijor c’un gran amigu”, o “Il bien más priziozu son luz livrus”, y los considera como fiel reflejo en el saber popular del interés por la lectura en la época.
Sin cuestionar en demasía la anterior interpretación, dado su origen, quizás convenga señalar p.e. que el personaje más joven parece apoyar el libro que sujeta entre sus manos en un atril, o el fragmento ahora perdido situado junto a la cabeza de la persona de más edad o los tocados de ambos personajes. Otro de los apoyamanos con representación de un hombre con libro nos le muestra con el dedo –desmesuradamente crecido-, señalando a alguno de los renglones; quizás se está refiriendo a alguna enseñanza en un texto sagrado.
Es muy probable que los estalos tardogóticos ahora en la iglesia de San Miguel de Villalón de Campos sean tan sólo una fracción del mobiliario de una sillería de mayor tamaño que la que ha llegado hasta nosotros; parece indicarlo los motivos tallados en algunos apoyamanos que nos hacen ininteligible el programa que debió estar representado. Así, uno de ellos muestra a un personaje que por sus características alude a algún profeta o patriarca; llama la atención por lo audaz del modelado de sus formas.
El apoyamanos de talla más elemental muestra a un monje sentado, quizás predicando, que contrasta por su simplicidad con la imagen anterior.
En el grupo de apoyamanos “tardogóticos” existen dos cuya apariencia es un tanto inquietante y se aleja de la de los motivos anteriores. Uno de ellos presenta a un hombre desnudo -¿quizás un fraile?-, cubierto tan sólo por lo que podría ser una capucha que machaca en un mortero situado sobre la cabeza de un león; por las formas de su musculatura probablemente su autor fue el mismo que talló el apoyamanos en el que aparece un hombre también desnudo con un libro en las manos.  Para Isabel Mateo podría aludir a Hércules luchando con el león de Nemea o representar a un boticario que apoya su mortero sobre un basamento en forma de cabeza de león; para el doctor López-Ríos es claro que hace referencia a la Medicina. A este respecto quizás es interesante recordar que en la Edad Media la medicina se estudió e incluso se practicó en los conventos hasta que pasó de las manos de los frailes a los médicos laicos. San Isidoro en el Libro 4 de sus “Etimologías” al hablar de los instrumentos básicos de los médicos señala: “Mortero o pila de moler; sirve para triturar semillas. Se deben citar aquí los pigmentos que, porque se hacen en el mortero o pila, reciben este nombre (mortarium). La pila es un vaso cóncavo muy necesario para los médicos, y en el cual se suelen preparar tisanas y machacar los pigmentos”.
En uno de los apoyamanos de la sillería se representa a una vieja mujer sujetando una serpiente entre sus manos. La lujuria acostumbraba a simbolizarse con la imagen de la mujer –la sociedad era bastante misógina-, y algunos de los personajes literarios de la época la presentan como incitadora de tal vicio. Las tallas que consideramos tardogóticas de la sillería debieron ejecutarse en los años en que la obra de Fernando Rojas, “Comedia de Calisto y Melibea” -“La Celestina”, o “Tragicomedia de Calisto y Melibea”-, se difundía en cualquiera de sus diferentes versiones (de 1499 a 1634 se publicaron en castellano 109 ediciones); la obra, casi irrepresentable por su extensión, fue escrita para ser leída en voz alta en círculos de lectores cultos. La “Celestina” es una tragicomedia” compuesta “en reprensión de los locos enamorados … y en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes”; a pesar de la finalidad moral de la obra su riqueza significativa supera ese planteamiento presentando una fuerte carga crítica de una sociedad que se decía cristiana pero que no actuaba como tal, una sociedad que había perdido los valores del antiguo sistema feudal sin hallar en su sustitución ningún otro valor que no fuera el del individualismo.
La “Celestina” sería así el reflejo de una sociedad en descomposición afectada por una crisis no sólo social sino también de orden moral, e incapaz de reemplazar los viejos valores por unos mejores. No debe extrañar, por tanto, ciertas representaciones moralizadoras que aparecen en las sillerías de coro siendo las de la lujuria abundantes y variadas. “Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud é fuerça destas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna aue con que están escriptas; … por la áspera ponçoña de las bíuoras, …vengas sin tardança á obesdecer mi voluntad …”.
Por el estilo y temática de los apoyamanos tardogóticos parece como si su autor hubiera conocido la sillería de coro de Toledo o trabajado en el taller de Rodrigo Alemán; pero nada puede asegurarse por la desaparición de los Libros de fábrica de los años que podían aportarnos alguna orientación.
En el conjunto de estalos existentes en el ábside de la iglesia de san Vicente figuran tres tipos de misericordias diferentes. Si las clasificamos por las sillas en que actualmente figuran [ninguna garantía de pertenencia con anterioridad] dos corresponderían a los estalos tardogóticos y una a los renacentistas; pero si nos atenemos a sus formas la clasificación podría ser muy distinta.

BIBLIOGRAFÍA.
-Carlos Duque Herrero, Villalón de Campos. Historia y patrimonio artístico. Del siglo XIV al XVI”, Palencia 2006.
-Carlos Duque Herrero, “Villalón de Campos. Historia y patrimonio artístico. Del siglo XVII hasta nuestros días”, Valladolid 2005.
-Eduard Juncosa i Bonet, “”Vinum et ebrietas auferunt cor”. La condena moral por embriaguez según Francesc Eiximenis, en “Pecar en la Edad Media”, Madrid 2008.
-Fernando López-Ríos Fernández, “Arte y medicina en las misericordias de los coros españoles”, Salamanca 1991.
-Isabel Mateo Gómez, “Temas profanos en la escultura gótica española. Las sillerías de coro”, Madrid 1979.
-Juan Ortega Rubio, “Los pueblos de la provincia de Valladolid”, t.II, Valladolid 1895.
- Clemente Sánchez, “Libro de los exemplos por A.B.C.”, (ed. Mª del Mar Gutiérrez Martinez), Valencia 2009.

NOTAS.
-De los tableros que servían de respaldos tan sólo quedan los anclajes de los pilares que los sujetaban. Sus trazas pueden verse en la fotografía adjunta.
-Existe un apoyamanos que no he considerado por creer ha sido realizado en fecha muy posterior a los de los demás estalos.
-Según el “Diccionario de la lengua española” en su 22ª edición se llama “bazofia” a la “comida poco apetitosa”, y también a la “mezcla de …, sobras o desechos de comida”.
-Se denominaban conventos de la “Victoria” ó “Victorios” a los de los de la “Orden de los Mínimos” fundada en Italia en el siglo XV por San Francisco de Paula; la regla de la Orden impone una abstinencia total y perpetua de todo tipo de carne.
-El grabado de la “Celestina” corresponde a parte de la portada de la edición de la “Comedia de Calisto y Melibea” de 1499 impresa en Burgos por Fadrique de Basilea. La obra y sus grabados pueden verse por internet en La Biblioteca Virtual Cervantes o en la Biblioteca Nacional.



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