lunes, 6 de junio de 2016

ESCULTURA FUNERARIA (IX)

Tres sepulcros relacionados.
1. El mausoleo del príncipe Juan (Monasterio de Santo Tomás, Ávila).
(Primera parte)


Tristes nuevas, tristes nuevas que se cuentan por España
Que el caballero don Juan malito que está en la cama.
Siete doctores le asisten, los mejores de la España:
Todos eran á decirle que su mal no era nada.
Y ya que estaban en esto sale un doctor de la Parra,
Le ha agarrado por la mano y hasta el pulso le tomara:
— «Tres horas tienes de vida, hora y media ya pasada,
Media para despedirte de la gente de tu casa,
Media pa hacer testamento, media pa el bien de tu alma...”
[De un Romance recogido por Maria Goyri de Menéndez Pidal; se desconoce el arquetipo del siglo XV]

El 4 de octubre de 1497 fallece en Salamanca el príncipe Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, a la edad de 19 años; el día 3 de abril del mismo año había contraído nupcias con Margarita de Austria (hermana de Felipe “El Hermoso”) en Burgos. Su cuerpo fue expuesto y posteriormente sepultado en la capilla mayor de la catedral de Salamanca hasta el 2 de noviembre que, por mandato real, Juan Velázquez, camarero del príncipe, lleva el cuerpo de don Juan al monasterio de Santo Tomás de Ávila donde fue enterrado en un principio en un humilde túmulo; el año 1513 sería trasladado a un nuevo monumento funerario situado en el crucero de la iglesia del convento.
González Dávila reproduce en su libro del año 1.606 la carta donde los Reyes mandan sea sepultado el príncipe don Juan en el monasterio de Santo Tomás: “Venerable Dean y cabildo de la iglesia de Salamanca. Nos embiamos a Iuan Velazquez, para que traiga el cuerpo del ilustrissimo Principe don Iuan nuestro fijo, que santa gloria aya. Encargamos vos, que se lo entregueys luego, y dedes fee, y creencia a todo lo que el dicho Iuan Velazquez os dirá de nuestra parte, y a lo que os escribiere el Obispo de Salamanca nuestro confessor, como si Nos vos lo escriviessemos. De Avila dos de Noviembre, de noventa y siete años. Yo el Rey/Yo la Reina/Por mandato del Rey, e de la Reyna. Miguel Perez de Almazan”.
Otro documento, publicado por Ángel Alcalá, señala que el cadáver del príncipe Juan llegó realmente a Ávila el día ocho de noviembre: “En ocho de noviembre del dicho año se traxo el cuerpo del dicho señor prinçipe, por mandato de sus altezas, a esta çibdad de Avila al monesterio nuevo de Santo Tomás, donde agora está enterrado ante el altar mayor”.
El convento de Santo Tomás de Ávila había sido fundado por Don Fernán Núñez de Arnalte, secretario y tesorero de los Reyes Católicos,  si bien los encargados de materializar su voluntad serían su esposa María Dávila y fray Tomás de Torquemada. No obstante, sin el apoyo económico e ideológico de los Reyes Católicos la obra no se habría podido terminar; es el caso no sólo de la iglesia y parte del monasterio sino del Palacio Real, anexo al convento, que fue levantado por los reyes como Sitio Real y palacio de verano (se dice en el Testamento de Fernándo el Católico otorgado poco antes de morir en enero de 1510: “… pliega tomar en alguna enmienda de nuestras faltas la edificación é dotación que Nos y la Serenisima Señora Doña Isabel, …, habemos hecho de … los monesterios de Sta Cruz de Segovia et Sto Thomas de Ávila, de la Orden de Sto Domingo”).
El sepulcro del príncipe lo mandó hacer su padre don Fernando, en 1505, en cumplimiento de lo dispuesto por doña Isabel en su testamento. Las gestiones del encargo serían realizadas por el conde de Tendilla que terminaría por elegir al marmolero -“scarpellino”- Domenico Fancelli (“Micer Dominigo, Domenico di Alexandro fiorentino”) al que pocos años antes había confiado la ejecución de un mausoleo para su hermano el cardenal y arzobispo de Sevilla Diego Hurtado de Mendoza. En el folio 9r del testamento de la Reina Isabel la Católica otorgado el 12 de octubre de 1504 en Medina del Campo se señala: 43. Item, mando que se haga una sepultura de alabastro en el monasterio de Sancto Thomás, çerca de la çibdad de Ávila, onde está sepultado el prínçipe don Juan, mi hijo, que aya sancta gloria, para su enterramiento, segund bien visto fuere a mis testamentarios.”
El 8 de agosto de mil ochocientos nueve, durante la invasión francesa, la tumba del príncipe don Juan fue profanada con el fin de apoderarse de los posibles objetos de valor que tuviera el cadáver según señala un manuscrito del P. Fr. Manuel Herrero conservado en el archivo del Convento de Santo Tomás; una inspección de la cámara sepulcral realizada en 1961, con ocasión de unas obras en unas losas situadas a los pies del monumento, confirmó estaba vacía.
Por una carta del Conde de Tendilla sabemos que Domenico Fancelli  se encontraba en 1511 en Granada con un retrato del príncipe Juan que le iba a servir como modelo al escultor para labrar la efigie del sepulcro. Aunque el Conde de Tendilla no estaba de acuerdo con el retrato –“Lo segundo es que maestre Dominico lleva la imagen del príncipe nuestro señor, que Dios aya; y yo no me contento della, porque es de mejor gesto que el que su alteza tenía; pero en fin, como él dirá, yo me dí por vençido y ví que él tenía razón. Lo que suplico a vuestra merçed es que a maestre Domingo tengo por buen onbre y lo trate como a tal: por mi fee que lo es”-, el escultor mantenía que era más aconsejable la imagen ideal que la  copia fiel de la realidad. Cuenta Gómez Moreno que hasta 1827 existió  en la Capilla Real de Granada una tabla de San Juan Evangelista donde aparecían arrodillados ante él el príncipe don Juan y su padre el rey Fernando; de allí probablemente se tomó la efigie.
Al carecerse hoy en día de retratos del príncipe que puedan ofrecer un mínimo de garantías de veracidad, y dado que la tabla en la que al parecer se inspiró Fancelli desapareció hace ya algún tiempo quizás convenga recordar un cuadro pintado sobre madera, conocido como “La Virgen de los Reyes Católicos” -ahora en el Museo del Prado-, que se encontraba inicialmente en el oratorio del Palacio Real del convento de Santo Tomás; de confirmarse la fecha de realización de este cuadro como de 1490, y dado que el príncipe había nacido en el año 1478 la efigie que aparecería en él debería ser la que presentaba cuando tenía doce años de edad. Desgraciadamente, además, los avatares que ha sufrido este óleo hace que la imagen que vemos ahora del príncipe difiera mucho de la que presentaba en el siglo XIX. Valentín Carderera, un escritor y buen retratista, realizó unos dibujos de los personajes que aparecían en el cuadro a finales de los años de mil novecientos y que han llegado hasta nosotros gracias a unas cromolitografías de Émile Beau; los dibujos son bastante fieles a los originales de antes de las restauraciones de la tabla -realizadas en aquellos años-, aunque algo amanerados. [ La composición adjunta muestra un detalle del cuadro de “La Virgen de los Reyes” en el que figura el príncipe Juan tal y como se ve actualmente, un dibujo de Carderera que refleja como aparecía en el óleoo antes de la restauración realizada en el siglo XIX y un dibujo, también de Carderera, de la parte superior del sepulcro del príncipe]
La estatua yacente del príncipe presenta un “manto regio con armadura cincelada”. El escultor ha procurado dotar a la figura de la gracia y belleza que caracterizó la llegada del gusto renacentista a nuestra escultura, resaltada por el empleo del mármol de Carrara que se tomaría como modelo para el sepulcro de sus padres y el del cardenal Cisneros. No exhibe los guantes puestos ya que no murió en una acción bélica sino por enfermedad. Se cree que la muerte le llegó por tuberculosis aunque la leyenda tiende a presentarla a veces en forma poética (el duque de Maura llegó a publicar, mediado el siglo XX, una biografía de D. Juan titulada “El príncipe que murió de amor”); ya desde la infancia había dado muestras de tener una salud débil –viruelas, resfriados, y unas extrañas fiebres-, e incluso un mes antes de su fallecimiento, mientras estaba en Medina del Campo, padeció de nuevo de viruela.
Si bien Doménico Fancelli comenzó en 1511 las labores en el mausoleo –adquiere en Carrara 25 carretadas de mármol para la obra-, no sería hasta el año 1513 que lo traerá él mismo desde Génova y lo instalará donde ahora se ve. El rostro del yacente siguiendo una tradición de los sepulcros italianos –en los países centroeuropeos se prefieren los ojos abiertos y un semblante con vida-, presenta los ojos cerrados y una expresión severa.
Señala Mª José Redondo Cantera que “La cama sepulcral exenta con representación yacente del difunto por encima venía a ser la perpetuación del “lit de parade” o del túmulo que se colocaba en la iglesia y sobre el que era expuesto el cadáver antes de proceder a su enterramiento”. Fancelli, al contrario de lo que suele ser habitual –imaginar al yacente  como si estuviera de pie-, ha prestado una atención especial a los paños, disponiéndoles como se hubieran preparado sobre el cadáver cuando su ubicación en el túmulo durante las exequias. La imagen del príncipe está labrada sobre la misma pieza que los cojines sobre los que apoya.
La escultura de D. Juan, a pesar de los avatares que sufrieron el convento y el propio sepulcro, se conserva prácticamente intacta; tan sólo falta el final de la espada que aparece depositada sobre el cuerpo -como puede verse en una fotografía de una postal antigua-, y que inicialmente llegaba hasta los pies.
Se considera habitualmente que el sepulcro del príncipe supuso un cambio de rumbo de la escultura funeraria en España, y a Fancelli como el introductor de la cama sepulcral en forma de paralelepípedo rectangular con las paredes laterales realizadas en talud (en lugar de la tradicional prismática rectangular).
El modelo utilizado para el sepulcro del príncipe fue el realizado por Antonio Pollaiolo a finales del siglo XV -1.493- en el monumento funerario del Papa Sixto IV (curiosamente fue este Papa quien había concedido en 1.480 la Bula “Superna dispositione” autorizando la edificación del convento de Santo Tomás en Ávila ) para la antigua basílica de San Pedro en Roma, si bien Fancelli renuncia en Ávila a la curvatura de las paredes laterales y las ejecuta de mayor altura para ubicar en ella una serie de hornacinas aveneradas
El sepulcro del convento de Santo Tomás esta constituido por dos cuerpos en forma de pirámide truncada; el inferior de mayor altura apoya sobre un zócalo ornamentado, y el superior soporta ampliamente el lecho donde se ha esculpido la imagen del príncipe.
En las paredes laterales de mayor altura del sepulcro unas hornacinas aveneradas contienen una colección de imágenes esculpidas en un lenguaje clásico siguiendo la tradición de las figuras situadas bajo arquerías de los sepulcros góticos. Siete de ellas muestran las alegorías de las virtudes: las cuatro Cardinales y las tres Teologales; como se trata de conceptos abstractos se recurre al empleo de alegorías –en este caso personajes femeninos-, para visualizarlas. En el lateral correspondiente a la mano izquierda del príncipe la imagen de la Virgen con el Niño –las cabezas dañadas-, situada en el interior de un marco circular preside la representación de las virtudes Cardinales o “Virtudes Morales”.
La presencia de la imagen de la Virgen en los sepulcros de los siglos XV y XVI es habitual dada la confianza que se tiene en ella como intercesora del difunto en el Juicio final. En el sepulcro de Ávila sostiene sobre su rodilla izquierda al Niño desnudo mientras sobre la derecha apoya un libro abierto  imagen simbólica considerada como alusión a las profecías sobre el Mesías recogidas en las Escrituras. Señala Mª José Redondo Cantera que “la virtud, figurada a través de una mujer … ataviada a la manera clásica, es uno de los temas en que se hace más evidente la novedad y la diferenciación del gusto renacentista con respecto a la etapa anterior, …”, y añade la historiadora que la amplia difusión de las representaciones de las virtudes  en los monumentos funerarios del siglo XVI es consecuencia del “antropocentrismo renacentista, que deja de proyectarse hacia el futuro, en espera de la salvación, para prestar una mayor atención a la vida terrenal del difunto, a su pasado, glorificándolo mediante la figuración de las virtudes que le adornaron en vida”.
La Fortaleza -compareciente habitual en los sepulcros de los militares-, como todas las Virtudes representadas en el sepulcro sigue los tipos iconográficos italianos y se la reconoce por mostrar como atributo un escudo. Señalaba Panofsky que gran parte del éxito que tuvieron las imágenes de las Virtudes en el arte funerario fue debido a que se comenzaba a interesarse más en la glorificación del pasado del difunto que en su proyección hacia la eternidad. Junto a la Fortaleza se ha tallado en el sepulcro del príncipe don Juan a la Justicia.
A la Justicia tradicionalmente se la representa como una bella dama que sujeta en una mano una espada desnuda –alusión a “las penas que les aguardan a los que delinquieron” en palabras de Cesare Ripa-,  mientras con la otra sostiene una balanza –para sopesar las buenas y malas acciones- o la bola del mundo; en el sepulcro del príncipe la Justicia ha perdido su mano izquierda con la que probablemente sujetaba la balanza.
Los tres atributos más frecuentes con los que se caracteriza a la Prudencia son el espejo, la serpiente y la calavera, siendo estos dos últimos con los que aparece su representación en el sepulcro del príncipe. La utilización de la serpiente responde al consejo que según la Biblia dio Cristo a los Apóstoles: “Sed prudentes como serpientes” [Mateo 10, 16]; y con la presencia de la calavera se trataba de recordar cual era el destino final del hombre.
Los atributos de la Templanza acostumbran a ser una jarra que levanta con una mano para echar agua en el vaso con vino que sujeta con la otra y que de este modo atempera; en el sepulcro del príncipe si bien el vaso ha desaparecido la colocación de la jarra nos indica donde se encontraba antes de ser dañado.
La presencia de las alegorías de las Virtudes Cardinales en los sepulcros renacentistas se ha justificado de diversas maneras. Se señala a veces que su aparición se debió a un intento de representar las cualidades del difunto, mientras que para otros, consecuencia del influjo de la religión, de lo que se trataba era de significarlas como normas relativas al buen cristiano. A pesar de los esfuerzos de los teólogos medievales tratando de justificarlas a partir de la Biblia su origen parte de la filosofía clásica; así, p.e., Platón señalaba cómo un individuo podía lograr estas virtudes: la Prudencia deriva del ejercicio habitual de la razón, la Fortaleza de obrar según las emociones o el espíritu mediante una conducta adecuada, la Templanza de hacer que la razón se anteponga a los deseos, y la Justicia nos lleva a un estado moral en el que todo aparece en perfecta armonía.
En el lateral del mausoleocorrespondiente a la mano derecha del príncipe se representan las imágenes que aluden a las Virtudes Teologales pero al ser un número impar de figuras, para equilibrar la composición y obtener una distribución simétrica respecto al tondo central ocupado por una imagen de San Juan, se las ha complementado con una hornacina donde se presenta la figura de Santo Tomás. El santo viste el hábito de la orden dominica, y como doctor de la Iglesia –es considerado por los dominicos como el quinto padre de la Iglesia-, lleva un libro en la mano.
Según la teología cristiana las virtudes teologales son las tres virtudes que deberían guiar a los hombres en su relación con el mundo y con Dios. Dada la importancia de su práctica para el cristiano quizás sea esto lo que justifique la frecuencia con la que aparecen representadas en la decoración de los sepulcros renacentistas. Aunque ahora con bastantes daños, en el mausoleo del príncipe en primer lugar se muestra la alegoría de la Fe, personificada como una mujer desnuda de medio cuerpo; sus atributos más habituales son la cruz en una mano y un cáliz en la otra, pero en el monumento de Santo Tomás han desaparecido “por el paso del tiempo”.
Junto a la alegoría de la Fe se ha representado a la Caridad. Su iconografía más frecuente es la de una mujer acompañada por dos o tres niños a los que cuida, alusión al amor al prójimo. En el lenguaje de los teólogos designa a la vez al amor de Dios sobre todas las cosas y al prójimo como criatura de Dios.
Al lado de Santo Tomás figura en el mausoleo la alegoría de la virtud de la Esperanza.
En el sepulcro la Esperanza aparece simbolizada como una mujer joven con las manos juntas con su mirada dirigida hacia lo alto; es probablemente su iconografía más frecuente. Para Santo Tomás de Aquino es una “virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza en la consecución de la vida eterna”; para los romanos era una divinidad a la que Píndaro la llama la nodriza de los viejos, y el “Diccionario universal de mitología o de la fábula” dice que “Era, según los poetas, hermana del Sueño que dá treguas á nuestras penas, y de la Muerte que las termina”.
En el tondo central de la pared del monumento donde se han simbolizado las Virtudes Teologales se muestra una imagen de San Juan Bautista con una cruz con una pequeña filacteria; unas rocas como paisaje, un tronco nudoso sobre el que se sienta y las ropas dejando desnudo su hombro izquierdo aluden a su vida aislada en el desierto. Es probablemente el santo que se presenta con más frecuencia en los sepulcros del siglo XVI españoles, quizás por su función de mediador.

BIBLIOGRAFÍA.
1.-Sobre la obra de Domenico Fancelli en España y sobre el príncipe don Juan:
Fundamentales.
-Ángel Alcalá, Jacobo Sanz, “Vida y muerte del Príncipe don Juan. Historia y literatura”, Valladolid 1998.
-María José Redondo Cantera, "El sepulcro en España en el siglo XVI. Tipología e iconografía", Madrid 1987.
Complementarios.
-José María Azcárate, “Escultura del siglo XVI”, vol. XIII “Ars Hispaniae”, Madrid 1958.
-Andrés Bernaldez, “Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel”, (Ed. Cayetano Rosell, Madrid 1953).
-B.G.P., Diccionario Universal de Mitología ó de la Fábula”, Barcelona 1835.
-José Camón Aznar, "La escultura y la rejería española del siglo XVI", SUMMA ARTIS, vol. XVIII, Madrid 1975.
-Fray Cayetano G. Cienfuegos, “Breve reseña histórica del Real Colegio de Santo Tomás de Ávila, Madrid 1895.
-Valentín Carderera y Solano, “Iconografía española. …”, t. II, Madrid 1855-1864.
-José Mª Cuadrado, "España. Sus monumentos y artes, su naturaleza é historia. Salamanca, Ávila y Segovia", Barcelona 1884.
-Rafael Domínguez Casas, “Arte y etiqueta de los Reyes Católicos. Artistas, residencias, jardines y bosques”, Madrid 1993.
-Gonçalo Fernández de Oviedo, “Libro de la Cámara Real del Príncipe don Juan” (ed. de J.M. Escudero de la Peña, Madrid 1870).
-Manuel Gómez Moreno, “Sobre el Renacimiento en Castilla II: En la Capilla Real de Granada”, AEAA t. I, Madrid 1927.
-María Goyri de Menéndez Pidal, “Romance de la muerte del príncipe D. Juan”, en “Bulletin Hispanique”, t.6, nº 1, Bordeaux 1904.-Carlos Justi, "Estudios sobre el Renacimiento en España", Barcelona 1897.
-José Martí y Monsó, “Estudios Histórico-Artísticos relativos principalmente a Valladolid basados en la investigación de diversos archivos”, Valladolid 1898-1901 (ed. facsímil 1992).
-Beatrice Gilman Proske, “Castilian Sculpture. Gothic to Renaissance”, New York 1951.
-Gil González Dávila, “Historia de las Antigüedades de la ciudad de Salamanca: vidas de sus obispos y cosas sucedidas en su tiempo …”, Salamanca 1606.
-María José Redondo Cantera, “El sepulcro de Sixto IV y su influencia en la escultura del Renacimiento en España”, BSAA nº 52, Valladolid 1986.

NOTAS.
-Escribió Valentín Carderera en nota a pie de página de su libro “Iconografía española … .”: El aventajado artista que restauró tan preciosa tabla tres años después que la dibujamos, descubrió al limpiarla algunas cosas que estaban debajo de la pintura exterior y cubiertas con el repintado o retoques, hechos, a nuestro entender, aunque más tarde, por el mismo autor del cuadro. Al llegar el restaurador a la cabeza del príncipe don Juan, vió traslucirse otra cabeza pintada debajo de la aparente. Rascada buena parte de esta, no sabemos si bien aconsejado, apareció la que hoy se ve en el cuadro, representando la fisonomía del príncipe más mozo todavía, cubierta su cabeza con una donosa gorrita de terciopelo carmesí, tal como hoy se presenta, y su cabellera de color más rubio del que antes tenía. Nos hemos persuadido de que llegado el príncipe a algunos años más de edad, sus excelsos padres encontrarían irreverente la efigie de su hijo con la cabeza cubierta, y por esta causa mandarían repintarla casi de nuevo y borrando la espresada gorra sin destruirla. A pesar de eso hemos creído oportuno conservar nuestro primer dibujo, como más característico y como memoria puesto que fue borrado por el restaurador”.
Una magnífica reproducción del cuadro de “La Virgen de los Reyes Católicos” puede verse en la web del Museo del Prado; se expone a continuación el dibujo de Carderera que refleja la imagen anterior que presentaba el príncipe en el cuadro y la actual.
-La leyenda de la muerte del príncipe don Juan “por amor” suele apoyarse en una carta que Pedro Mártir de Anglería escribió a la reina Isabel donde le decía: «Preso del amor de la doncella, nuestro joven Príncipe vuelve a estar demasiado pálido. Tanto los médicos como el Rey aconsejan a la Reina que, de cuando en cuando, aparte a Margarita del lado del Príncipe, que los separe y les conceda treguas, pretextando el peligro que la cópula tan frecuente constituye para el Príncipe».

Creditos fotográficos:
-Las fotografías relativas a trabajos de Antonio Pollaiolo y a la tabla de "La Virgen de los Reyes Católicos" están tomadas de Wikimedia Commons.
-La fotografía de una antigua postal del sepulcro del príncipe D. Juan probablemente fue realizada por J. Laurent.
-El resto de las fotografías han ssido realizadas por el autor del blog.

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